Quizá uno de los mayores desafíos de nuestra época es garantizar el ejercicio de los derechos humanos fundamentales, gran parte de la población de los países en desarrollo se encuentra en niveles de pobreza; en México el 46.2% se encontraba en esta situación (CONEVAL, 2011), en 2010   40.7 % de la población de más de 15 años se encontraba en situación de rezago educativo (INEA, 2010), mientras que para el año 2015, según datos de la encuesta intercensal (INEA, 2015), el 35% de la población permanecía sin poder ejercer el derecho a una educación básica.

Desde inicios de siglo XIX, en México, se han instruido diversas campañas y se han utilizado diversos métodos para extender el derecho a la educación, pues la educación es vista como el motor y, al mismo tiempo, el detonante de la superación y el desarrollo personal. Los organismos internacionales como la ONU y la UNESCO han realizado esfuerzos por comprometer a los países en mejorar y extender las garantías que permitan la educación, sin embargo, como lo muestran los datos, aún hay mucho por hacer; no solo los gobiernos son responsables de extender la educación y los demás derechos fundamentales, es tarea de todos participar en la solución de este reto que representa la condición de rezago educativo y falta de acceso a la educación en que vive gran parte de la población. Todos somos parte de un mismo sistema social y por lo tanto, participamos en la construcción de un limite a ciertos individuos y necesitamos sumarnos a su ruptura.

Cotidianamente podemos constatar la normalización del rezago,  la internalización que poseemos sobre la valoración peyorativa de la falta de educación que asignamos a una condición particular de las personas que es motivo de burla, de menosprecio, de indiferencia. Adjetivos como analfabeta son usados para denostar la calidad de una persona, el que “no sabe nada”, el que es “un ignorante”, “un cerrado”, “no aprende” o “no se me queda nada”. La interacción social se encarga de perpetuar el estigma en las personas que no pueden acceder a la educación, la discriminación se vuelve un límite sistemático, las personas no son portadoras de una característica endógena que les impide aprender, por el contrario es el contexto social en el que se desarrolla lo que le condiciona su acceso a la educación y otros derechos, romper este límite impuesto de forma social y crear una vía para la educación solo puede ser realizado en un contexto de interacción social significativo y trascendente.

Restablecer relaciones significativas y trascendentes que permitan resignificar el conocimiento que poseen personas que no han podido acceder a la educación formal básica requiere construir espacios para el acceso de estas personas a la educación.  En Construyendo y Creciendo, cada día buscamos darle forma a ese espacio, en el que se puedan garantizar relaciones significativas, que reconozcan la dignidad de las personas y su posibilidad de poseer un conocimiento valioso sobre la vida, aun cuando no provenga del sistema escolarizado, que permita a los participantes darse cuenta de la capacidad que tenemos todos, cuando convivimos, de generar nuevo conocimiento y aprendizajes que nos acompañen en nuestra vida cotidiana, estos espacios son las aulas.

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